Una de las muchas características que hacen únicas a las calles de Mérida, Yucatán, son las sillas confidentes.
Colocadas en diferentes lugares de la ciudad, estas bancas dobles pintadas de blanco, cuyo diseño hace que quienes se sienten en ellas queden casi de frente, son uno de los elementos más admirados y fotografiados por las personas que visitan este tradicional destino.
Al igual que las residencias que se encuentran a los costados de su famoso Paseo Montejo, estas bancas tienen su origen en el estilo europeo que imitaron sus habitantes más acaudalados de inicios del siglo XX, pero también tienen detrás una historia de amor y de celos que tuvo un final afortunado.
En el siglo XIX, en Francia se diseñó un mueble compuesto por dos sillones contrapuestos y cuyos respaldos se unían en forma de “S” en una sola pieza.
Estos asientos, que estaban hechos para interiores, fueron creados con el fin de permitir a las parejas especialmente a las que apenas empezaban a cortejarse sentarse para conversar sin perder contacto visual y, muy especialmente, manteniendo la decencia y la discreción.
Curiosamente, parece que no tienen su origen en Mérida, sino a unos 50 kilómetros de ahí, en la ciudad de Bokobá, localizada en la llamada zona henequenera de Yucatán.
No se sabe exactamente quién las diseñó, pero una de las leyendas más difundidas en Yucatán cuenta que nacieron gracias a los celos de un padre cuya hija estaba siendo cortejada por un joven del pueblo.
El papá permitió que el muchacho se reuniera con su hija, pero les puso la condición de que esos encuentros solamente se llevaran a cabo en la banca de un parque. Ellos aceptaron y así lo hicieron.
En Mérida, las primeras “sillas confidentes” se instalaron en 1915 tras una remodelación de la Plaza Grande, en pleno centro de la ciudad.
De ahí se popularizaron rápidamente y se colocaron en otros puntos de Mérida como el Paseo Montejoy otras ciudades de Yucatán.
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